miércoles, 8 de diciembre de 2010

JACQUES MARITAIN Y LA DEMOCRACIA CRISTIANA


DEMOCRACIA Y PLURALISMO



I. INTRODUCCIÓN

Jacques Maritain es sin duda, uno de los filósofos que ha ejercido mayor influencia en el pensamiento cristiano del mundo entero y en la mentalidad socialcristiana de América Latina. Los estudios tomistas deben a él y a Etienne Gilson principalmente, el espíritu de renovación que tanto ha significado en el mundo occidental.

Su mentalidad tomista también se refleja en el afán intenso de "convertir" la estructura de la sociedad moderna en una nueva "civilización cristiana", algo así como lo que hizo el Aquinatense con el Estagirita. Es una actitud asimilista, abierta, ecuménica. No en balde muchos han visto en Maritain un precursor de las tendencias conciliares de la Iglesia que cristalizaron en el Vaticano II.

No es sin embargo Maritain un ecléctico, ni siquiera un débil tolerante con el error o el mal. Agustinianamente sabe defender lo fundamental con toda energía, ser sinceramente liberal en todo aquello dudoso u opinable y también cálidamente caritativo en todas sus actitudes.

Su doctrina tiene el espíritu rocoso de Santo Tomás. Se ha negado a dejarse incluir en la derecha o en la izquierda como polaridad de su pensamiento. Cree que la disyuntiva es más de "right or wrong" que de "right or left". Ha aceptado que su equidistancia se acerca más hacia la izquierda cuando trata de las cosas del César pero más hacia la derecha cuando deambula por los caminos de Dios. [1]

Ni por su figura, ni por su modo de decir tiene el perfil típico de los polemistas. A veces parece un francés distraído, otras un político seguro, con frecuencia un abate retirado. Es un hombre sencillo y humilde, como todo santo varón que se dedica a perseguir la verdad y a defenderla y participarla. Ama la soledad del retiro, pero no se esconde en torre de marfil. La resistencia francesa lo encuentra siempre dispuesto para la lucha frente al nazismo, no tan solo en la trinchera ideológica. Tuvo la virtud de ser consecuente en su teoría y su acción. No hay divorcio entre su saber y su virtud. Y le importó más ser que parecer. En un mundo tan lleno de simulaciones y de oportunismo es natural que sufriera los ataques más injustos, a veces de filas que debieron serle muy afines. No fue por supuesto infalible, ni pretendió serio. Y todavía, al final dé su vida, tuvo el gesto magnánimo de confesar públicamente en
'El Campesino del Garona', sus errores y sus afirmaciones que aunque casi siempre exactas, sin embargo, dieron pie para que algunos seguidores extremaran o desfiguraran sus criterios fundamentales. Pero si se observa bien el derrotero de su pensamiento, converso al catolicismo, gracias a la prédica y la influencia de León Bloy, se verá que su trayectoria es nítida y constante. Junto con Raïssa, su abnegada esposa, conversa también, y profunda pensadora, forma una pareja en el orden filosófico que recuerda a aquel binomio extraordinario de M. y Madame Curie en el laboratorio científico.

En su metafísica resulta raigalmente tomasino, casi paleolítico, mientras que en su filosofía social y política es de anticipación precursora, especialmente en el ámbito católico. No se olvide que muchos pensadores católicos en los últimos siglos, especialmente a partir de la Revolución Francesa, más apegados a verdades temporales que eternas, habían hecho dogma de lo que sólo fue menester histórico o circunstancia transitoria. La palabra democracia, igualdad, fraternidad, libertad, tenían en la mentalidad de muchos un sabor todavía anticlerical y volteriano, no obstante que las proclamas revolucionarias francesas podrían parecer conservadoras al lado del Sermón de la Montaña. Durante siglos se había asociado el Altar y el Trono y se recordaba con nostalgia el sueño medieval de Imperios Sacros. El último gigantesco esfuerzo lo hizo Carlos V en sus afanes universalistas.

No quiero caer en iconoclastia o anacronismo que serían imperdonables, ni negar el valor relativo que en el ámbito histórico representó el desiderantum de todos los carolingios. La historia se va haciendo a retazos y todo cumple una función. La historia como los relojes no puede "bruler les etages" como dicen los franceses. El reloj, antes de dar las doce campanadas, ha dejado oír por lo menos 66, en el paso de las 11 horas precedentes.

Soy un admirador de la Edad Media, del esfuerzo monárquico en la civilización occidental, del significado histórico de la aristocracia, sobre todo en sus orígenes más meritorios, y de tantas maravillas que el arte, la filosofía y las ciencias dejaron entre los claustros góticos medievales y los palacetes renacentistas. Pero para muchos, sobre todo dentro del mundo cristiano dividido, el tiempo se había detenido en la Reforma y la Contrarreforma, en el forcejeo entre Ignacio de Loyola y Martín Lutero, entre el voto de obediencia y la protesta de Wutemberg, entre el examen particular y el libre examen.

Y en el debatir antitético se cariocinaba, como las células, el mundo cristiano atomizado, subdividido en sectas y vertientes y, a la vez, en dicotomía peligrosa, el mundo moderno parecía preferir la ciencia a la teología, la técnica a la moral, el maquiavelismo a la política, el nacionalismo al universalismo. Pero ni la propia guillotina pudo cercenar las ideas revolucionarias del 89 ni la caballería napoleónica pisotear las semillas de la democracia liberal.

La preocupación del pensamiento maritainiano es aunar, reconocer, absorber, dentro de una concepción ecuménica capaz de permitir la búsqueda de las ovejas perdidas, la convivencia con los hermanos separados. Es una preocupación pastoral en la misma línea que un siglo antes en Roma, la Habana y otros lugares de América, habían tenido preocupaciones similares los Varela, los Díaz de Gamarra y tantos otros afiliados a tesis eclécticas o electivas. Vale decir selectivas. Sólo que en Maritain el propósito no es tanto alcanzar una síntesis sino un mosaico. No totalizar – de ahí su fobia a todo totalitarismo – sino particularizar, reconocer que la cordillera supone, por definición cumbres diversas. Su apelación a la analogía es continua. Su rechazo de la identificación es permanente. No hay luz sin sombras ni sombras sin luz. No cree posible ontologizar las antítesis, pero cree que deben coexistir en todo panorama.

Hay pues que salvar lo diferente, lo diverso dentro del Universo. Este es un leit-motif en el pensamiento maritainiano.

Dentro de esta concepción eminentemente pluralista, de raíz fuertemente tomista, brota la filosofía política maritainiana que tanta influencia ha ejercido en Europa, y sobre todo en América Latina, a través de los movimientos y partidos políticos de filiación demócrata-cristiana o social cristiana.

II. EL PERSONALISMO


En el centro de toda la filosofía maritainiana tropezamos con el concepto de persona:
"El hombre verdadera y plenamente natural no es el hombre producto de la naturaleza, la tierra inculta: es el hombre de las virtudes, la tierra humana cultivada por la recta razón, el hombre formado por la cultura interior de las virtudes intelectuales y morales".

Y más claro todavía:

"Cuando decimos que un hombre es una persona, no queremos decir solamente que es un individuo, como un átomo, una espiga de trigo, una mosca o un elefante. El hombre es un individuo que se sostiene a sí mismo mediante la inteligencia y la voluntad; no existe solamente de una manera física, sino que sobre-existe espiritualmente en conocimiento y en amor, de tal manera que en cierta forma es un universo en si mismo, un microcosmos, en el cual puede estar contenido, mediante el conocimiento, todo el gran universo entero, y que mediante el amor puede entregarse por completo a seres que son para él como su otro yo – relación de la que resulta imposible hallar un equivalente en el mundo físico –. La persona humana posee estos caracteres, puesto que en definitiva el hombre, esta carne y estos huesos perecederos que un fuego divino hace vivir y actuar, existe, – desde el útero al sepulcro –, de la propia existencia de su alma, que domina el tiempo y la muerte. El espíritu está en la raíz de la personalidad. La noción de personalidad implica así la totalidad e independencia; por indigente y atropellada que pueda estar, una persona como tal es un todo, y como persona subsiste de manera independiente. Decir que el hombre es una persona, es decir que en el fondo de su ser es un todo más que una parte, y más independiente que siervo. Es decir, que es un minúsculo fragmento de materia que al mismo tiempo es un universo – un ser contingente que comunica con el ser absoluto –, una carne mortal cuyo valor es eterno, una brizna de paja en la que entra el cielo". [2]

De este concepto de persona en Maritain, que es un concepto más racional y menos emocional que el de su colega Mounier, podemos derivar corolarios inevitables.

La libertad humana es esencial. El libre albedrío es condición básica para el cultivo del escoger, pero no es su teleologismo. Tampoco es absoluta e independiente. El mundo de la virtud limita sus contornos y el de la inteligencia señala su rumbo. Más que independiente es autónoma. No se escoge por escoger, como quiso el liberalismo del Siglo XIX. De lo contrario sería tontamente homicida o brutalmente libertina.

"El hombre debe realizar, mediante su voluntad, aquello que en su naturaleza existe en proyecto. Según un lugar común que se remonta a Píndaro – un lugar común muy profundo – debe llegar a ser lo que es. Y ello a un precio muy doloroso y con riesgos temibles. Debe ganar por sí mismo, en el orden moral, su libertad y su personalidad". [3]

III. EL BIEN COMÚN

Es otro concepto clave en la filosofía política de Maritain.

El fin de la sociedad política es perseguir el bien común. Pero este bien común no es la mera suma de los bienes particulares, pues, como Aristóteles nos enseña, "incluso en el orden matemático seis es algo más que tres más tres". Es decir que el número seis tiene vigencia propia e independiente de los sumandos, e incluso puede ser resultado de otros diferentes. Y a su vez puede combinarse con entidad propia en la serie de los números en cifras de valor absoluto y relativo ad infinitum.

Repite con Santo Tomás que "cada persona individual es, con respecto a toda la comunidad, lo que la parte con respecto al todo". Esto diferencia el modo de pertenencia a la sociedad estatal de cualquier otra de fines específicos. El hombre se compromete por completo en esta sociedad civil, su vida, sus bienes, su honor. No así en un sindicato, un club o una academia.

Pero ese compromiso, aunque total, no ocurre en virtud de cuanto hay en la persona y cuanto le pertenece. "Formo parte del Estado – dice Maritain – en razón de ciertas relaciones con cosas de la vida común que afectan a todo mi ser, pero en razón de otras relaciones (que también afectan a todo mi ser), con cosas más importantes que la vida en común hay en mí bienes y valores que no existen por el Estado ni para el Estado y que están fuera del Estado". [4]

Por su carácter de bonum el bien común no puede ser una resultante del simple querer individual, el pecado rousseaniano de desencajar la voluntad de su propia naturaleza. La mayoría ni la unanimidad pueden cambiar la idiosincrasia de la bondad. La democracia no es simple aritmética. Los valores humanos no obedecen a criterios estadísticos. La calidad no es procreación de la cantidad.

Por su carácter de común este bien abarca tanto a la sociedad como a la persona. Es pues común"al todo y a las partes, digo a las partes como si fueren todos, porque la noción misma de persona, significa totalidad". En otras palabras, en tanto se es "individuo" se es parte de la sociedad y en cuanto se es "persona ", es decir, algo más que simple fragmento de materia, se participa de lo social en cuanto se permite al hombre la realización plena de sus más altas funciones en este sentido, "per se". No es el ser humano simple elemento sirviente del Estado. Este personalismo de Maritain es asiento básico para condenar toda forma de totalitarismo que siempre pretende absorber hasta las funciones más espirituales del ciudadano. Y al mismo tiempo implica un rechazo de la tesis individualista liberal que considera al hombre como simple átomo social.

Aunque resulta obvio no está de más insistir, y es el propio Maritain quien lo expresa, que el individuo y la persona no son dos seres distintos:

"No existe en mí una realidad que se llama individuo y otra que se dice persona, sino que es un mismo ser, el cual, en un sentido es individuo y en otro es persona. Todo yo soy individuo en razón de lo que poseo por la materia, y todo entero, persona, por lo que me viene del espíritu".

Según Maritain, el bien común implica tres elementos fundamentales:

1) redistribución, ayuda al desarrollo personal;
2) autoridad, es su fundamento; y
3) moralidad intrínseca.

Es decir, que la función del bien común obliga a compartir los bienes sociales para beneficio de la persona, para su perfección. De ahí que todo bien comunitario revierte sobre las personas, se redistribuye la participación común. Maritain en frase feliz trató de resumir o de empatar el doble aspecto de su doctrina: ''personalismo comunitario". La autoridad ha de imponerse solo tanto cuanto sea necesario a estos propósitos comunitarios. Y no se puede justificar el maquiavelismo para explicar la acción estatal. Una ley injusta no es ley. En otros términos el bien común tiene mucho de parecido con el sentido común Y la salud moral.


IV. HUMANISMO INTEGRAL


Maritain refleja en toda su filosofía política su famosa tesis del humanismo integral.

La civilización siempre gira en torno a la idea del hombre. El Humanismo renacentista con su antropocentrismo deificó al hombre. En el Olimpo chocaron y resbalaron los dioses carnales. Y este hombre narciso, ególatra, degeneró en un deplorable antihumanismo. El hombre se hizo el lobo del hombre. Fue la bestialización misma del ser humano. Al arrancarle sus reflejos divinos, su mera filiación quedó convertida en una escuálida encarnación animal, el triunfo de lo irracional, el camino de la humillación por la soberbia. "La razón – nos dice Maritain – se reveló más incapaz que la fe para asegurar la unidad espiritual de la humanidad de modo que el sueño de un credo "científico" que uniera a los hombres en la paz y en convicciones comunes. . . se desvaneció en las catástrofes contemporáneas. . . fueron desmintiendo el racionalismo burgués de los siglos XVIII y XIX, nos vimos frente al hecho de que la religión y la metafísica constituyen una parte esencial de la cultura humana..." [5]

Pero, sin embargo, la base humana e infrahumana del hombre es su asiento primario y nada deleznable. La materia también tiene su dignidad, su perfección ontológica. Solo que no puede olvidarse el espíritu. Y lo sobrenatural no anula, sino que perfecciona. El hombre es "dios por participación". Pero su divinización se conquista y se merece por la libertad. La muerte es episodio que resuelve la paradoja del hombre entre el tiempo y la eternidad.

La civilización, la técnica, el industrialismo, hacen al hombre perder la perspectiva de su espiritualidad. El hombre es triturado por el maquinismo, por el vértigo de las incitaciones materiales, por la aceleración de la mecánica progresista. Es deber de los cristianos buscar también en este mundo un pequeño cielo histórico para el valle de lágrimas. No se ha de confundir la espera con la resignación, la conformidad con la pasividad.

"El hombre del humanismo cristiano – dice Maritain – sabe que la vida política aspira a un bien común superior a una mera colección de bienes individuales... que la obra común debe tender, sobre todo, a mejorar la vida humana misma, a hacer posible que todos vivan en la tierra como hombres libres y gocen de los frutos de la cultura y del espíritu... aprecia la libertad como algo que hay que ser merecedor; comprende la igualdad esencial que hay entre él y los otros hombres y la manifiesta en el respeto y en la fraternidad; y ve en la justicia la fuerza de conservación de la comunidad política y el requisito previo que llevando a los no iguales a la igualdad, "hace posible que nazca la fraternidad cívica..."


V. LA DEMOCRACIA SEGÚN MARITAIN


De todo lo anterior se puede observar fácilmente que la democracia en Jacques Maritain es algo más que un simple "régimen" de gobierno. Repasa las tres formas puras de la famosa clasificación de gobierno de Aristóteles y concluye que en su filosofía democrática cabe una mezcla de los tres sistemas clásicos en orgánica unión. Cabe aceptar el vigor y la unidad que brota del príncipe, es decir, de la autoridad, la valorización diferente que establece el liderazgo de algunas minorías y el afán de libertad e igualdad de las grandes mayorías republicanas. La filosofía humanista, en la caracterización hecha, permite vislumbrar una
"nueva democracia", cuyas notas fundamentales podrían resumirse de este modo:

"Bien común volcado sobre las personas; autoridad política que dirija a hombres libres hacia ese bien común y la vida política. Inspiración personalista, comunitaria y pluralista de la organización social, vinculación orgánica de la sociedad civil con la religión, sin compulsión religiosa ni clericalismo, dicho de otro modo, sociedad real, no decorativamente cristiana". [6]

Es decir, que Maritain cree que la democracia ha de ser más que una etiqueta, más que una mera forma, un verdadero estilo de vida, toda una concepción cultural del universo. Existe una democracia verbalista, demagógica, que decepciona a los pueblos que no se sienten representados por sus dirigentes. No se vive el propósito igualitario ni participativo. El pueblo no opina, ni decide aunque aparentemente vote. Sólo sufraga, es decir, paga los gastos de la burocracia estatal. Los partidos demócratas cristianos deben ser populares aunque no clasistas, pero mirar con honda simpatía a las clases más desvalidas de la comunidad política y promover su ascensión, no con sentido paternalista, sino para que sea sujeto de sus propias decisiones.

Casi todas las democracias buscan un adjetivo que las acompañen. Y curiosamente el calificativo suele ser el substantivo. En nuestro caso la palabra cristiana añade una especificidad peculiar al concepto como veremos más adelante.


VI. LA CONCEPCIÓN PLURALISTA


La única posibilidad para afincar el modelo democrático arranca del pluralismo, principio que tiene en cuenta el hecho y la razón de la variedad de modos de pensar, sentir, hacer y creer del hombre moderno y que acepta de buen grado la convivencia de hombres y grupos con diferente visión del mundo. Hubo tiempo en que un monismo espiritual, o tal vez físico, se imponía sin mayor violencia en las comunidades políticas. Y en ciertas épocas históricas la unidad fundamental en torno a un factor prevalente permitía la cohesión y la solidaridad grupal. En nuestros días la complejidad de la sociedad ha multiplicado sus elementos en tal forma que la variedad de exigencias y la polivalencia de actitudes e instituciones es de tal naturaleza que el respeto a la diversidad constituye un basamento esencial. Existe un tácito acuerdo con el desacuerdo general. La única solución posible es la de tipo pluralista. Hombres de diversos credos filosóficos o religiosos pueden convivir y colaborar en tareas comunes siempre que acepten una
"carta magna esencial o principios fundamentales que están en el núcleo de la existencia misma y que ella tiene el deber de defender y promover". [7]

Obsérvese que el principio pluralista arranca desde luego de una base comunitaria. El error de las concepciones individualistas se nutría del espejismo de una neutralidad irreprochable o de una sociedad imaginada como un ring de boxeo en donde la competencia desmedida echaba al hombre a pelear contra el hombre en un deseo vicioso de liberarse de la libertad, pero de la libertad del otro. La ley, por supuesto, es un presupuesto básico, que garantiza la seguridad al ciudadano para velar por sus derechos y obligaciones ante la sociedad. Y los que atentan contra el mismo régimen de modo esencial deben ser sancionados por atentar contra la seguridad del Estado. Pero el Estado de Derecho es capaz de bastar para aplicar la ley con todo su rigor. Es necesario una inspiración, una fe común en la que educar al pueblo para que no se permita a los herejes de las libertades democráticas destruirlas. Llegar a ese principio de unidad – asiento de pluralidad – supone un acuerdo práctico antes que teórico o dogmático. Como dice Sidney Hook"las premisas subyacentes, ya sean teológicas, metafísicas o naturalistas, a partir de las cuales los diferentes grupos justifican sus comunes creencias y prácticas democráticas, no deben ser sometidas a integración". [8] Maritain ve en el caso de EE.UU. una buena comprensión del principio pluralista.

Esa fe que reclama nuestro filósofo tiene carácter natural, no sobrenatural, pero, sin embargo, exige también una dedicación íntegra y un gran empeño de energías espirituales muy íntimas. Y discrepa de Hook en cuanto que esa fe no puede depender de la ciencia, la planificación o la integración cultural. En la naturaleza racional y en la inspiración evangélica ve Maritain la levadura para fomentar el espíritu común y múltiple. Tampoco en la fuerza o en la policía se encuentra el elemento de aglutinación. Es necesario que el acuerdo, por más práctico que sea, indique una comunidad teórica, no basta un simple pragmatismo sin propósito. Y supone, además, cierto grado de amistad -en sentido aristotélico. De lo contrario la solidaridad se quiebra.

El pluralismo puede aplicarse no solo en un sentido ideológico sino que implica también la plural organización de toda sociedad arquitecturada. Es la organicidad, no la atomicidad que pregonaba el individualismo rousseauniano, No es el binomio de Estado-Ciudadano lo que conforma la comunidad política. Hay toda una serie de organismos intermedios e instituciones que forma el tejido social y sus varias estructuras.


VII. INSPIRACIÓN CRISTIANA


Los partidos demócratas cristianos suelen decir que son de
"inspiración cristiana", en buena parte por influencia maritainiana. Incluso al calificar de cristiana la democracia parece subrayarse esta idea. Dentro de las filas del propio social-cristianismo la cuestión del nombre ya ha sido muy debatida. Y de hecho algunos de estos grupos políticos han desechado la etiqueta por cuanto compromete y responsabiliza a los miembros en esta cuestión.

El Dr. Rafael Caldera entiende que la denominación demócrata-cristiana envuelve un planteamiento doctrinario de dos elementos: el democrático y el cristiano. El primero que tiene un sentido eminentemente político y el segundo que resulta eminentemente filosófico. Pero "esos dos elementos tampoco constituyen ingredientes separados". [9]

Y más adelante aclara el Dr. Caldera la aconfesionalidad del elemento cristiano:

"Debemos admitir que el hecho de llamarnos cristianos entraña para nosotros una grave responsabilidad: nos obliga a esforzarnos por traducir, dentro del campo político y social, la inspiración, el estado de espíritu que supone la idea de cristiandad. Por lo pronto, al plantear una posición que denominamos cristiana, tenemos que insistir en que lo hacemos desde el punto de vista político, sin pretender con ello implicar un credo religioso determinado". [10]

Las implicaciones de lo cristiano conllevan una actitud ética prioritaria en la conducta y un reconocimiento de los valores morales en todos los conflictos socIales. Y un mentis rotundo a toda concepción marxista colectivista o materialista individualista.

La inspiración cristiana ha surgido básicamente del pensamiento evangélico y de la larga tradición de pensadores católicos y protestantes que han tratado de descubrir las raíces democráticas y sociales que se encuentran en los textos revelados en las Encíclicas Sociales de la Iglesia, desde León XIII hasta la fecha.

Pero los partidos han tratado de llevar a la praxis las ideas social cristianas. No son pues organismos académicos que pueden permitirse una asepsia intelectual químicamente pura sino que han de caer en el ruedo político, polémico e inevitablemente apasionado. De ahí el riesgo inevitable pero necesario.

Ciertamente ni Maritain ni los partidos de "inspiración cristiana" han sido confesionales. Más bien han sido en este sentido anticlericales y en algunos casos anticatólicos. No han faltado incluso fuertes ataques de medios católicos temerosos de confusión ante el gran público. Y la protesta surge a menudo como una reacción de afirmación o protesta hacia los clásicos partidos conservadores católicos, que sí hacían gala de su profesión de fe religiosa y hasta de sus intenciones impositivas.

Maritain suele decir que lo que se busca es una sociedad vitalmente cristiana, sin preferencia por ninguna iglesia en particular, pero sí basada en los principios universales encerrados en el Evangelio. El Sermón de la Montaña es un punto cumbre en la inspiración. Y las Encíclicas Sociales, por cuanto encierran verdades que concuerdan con la naturaleza política del hombre.

Lo que se rechaza de plano es la sociedad confesa que otorga privilegios a cualquier credo o a sus miembros con discriminación de otras instituciones religiosas.

La "Nueva Cristiandad" que busca Maritain acepta:

1. "Una estructura pluralista". Tolera (no aprueba) en su ámbito diversas concepciones religiosas. Y reconoce el principio de Santo Tomás "ritus infidelium sunt tolerandi" , y recuerda también la tolerancia agustiniana hacia las meretrices.

2. "La autonomía de lo temporal". El régimen político debe de gozar de independencia frente al César. Sin que por ello reste a Dios sus derechos.

3. "La libertad de las personas". La realización de la libertad es la máxima aspiración humana. Lo cual no significa neutralidad ante el bien y la verdad, ni escepticismo, sino el repudio de la fuerza o la violencia como modo de imponer concepción cristiana.

4. "La unidad de la raza social". Es decir, el reconocimiento de la paridad esencial en los hombres. La armonización de la autoridad con la igualdad y la fraternidad de los hombres de una misma "raza" socialmente hablando. Ni paternalismo ni odio de clases.

5. "Una obra común a desarrollar". Una comunidad fraterna a realizar. En la Edad Media se buscaba otra forma donde la pirámide social se imponía. El liberalismo con su neutralidad o indiferentismo deviene en escepticismo. La ética cristiana puede estimular la mejor de las convivencias en clima de libertad y orden.


VIII. MORAL Y POLÍTICA


Maritain es un filósofo con ética cristiana aunque no puritana. Lo cual no significa que los puritanos no sean cristianos. Pero no es el rigorista fanático que se olvida de las tristes realidades del hombre pecador. Su concepción política-aristotélica-tomista incluye la política dentro del ámbito moral. No es la política ciencia o arte o técnica independiente. Depende del hombre y es para el hombre. No puede escapar a valoraciones éticas. Maquiavelo al desenmascarar al ser humano lo mutiló, borró de un plumazo la ética, la teología y la metafísica del arte de gobernar. Fusiló la sabiduría práctica.

Aceptó como normal lo que era anormal. Fue un "gramático del poder", un verdadero artista renacentista en la formulación de sus bellas teorías venenosas. Confundió el mundo del ser con el del deber ser. Negó a la política su capacidad para orientar y crear mundos mejores. Se quedó en pura "hacería": lo que vale es el hacer. No importa el modo ni el fin ni los medios. Confundió – como en sus raíces – la virtud con la fuerza. Lo que importa es conquistar el poder y conservarlo. El éxito sin límites.

Pero para Maritain, el éxito inmediato que alienta el maquiavelismo no es más que una ilusión. Puede ser que el mal y la injusticia triunfen de esa forma, pero solo para provecho de un hombre. Nunca de la sociedad. Ni es tampoco fruto duradero como corresponde al bien común. Más bien fuente de males. Mussolini escribió un prefacio para una edición de 'El Príncipe' cuando se creyó en el apogeo de su gloria. Veinte años más tarde vimos como toda aquella aparente exitosa irradiación del poder se volvía tensión, derrotismo y violenta caída en una nación destruida. Pero, aún así, hay que advertir que muchos de los éxitos de la Italia en ascenso fueron debidos también a factores que escapaban al mero maquiavelismo.

Para Maritain los grandes representantes del 'maquiavelismo contemporáneo absoluto son el fascismo, el nazismo y el comunismo. Son los verdaderos maquiavelismos, los que devoran a 'los otros más moderados o tolerables.

La conciencia moral no es suficiente si al mismo tiempo no implica una conciencia religiosa. Pero la política cristiana no es teocrática ni clerical ni es política de pseudodebilidad evangélica y de no resistencia al mal. Sus armas son la justicia real y concreta, la fuerza, la perspicacia y la prudencia. Ha de empuñar la espada, atributo del Estado, pero sabiendo que la paz es fruto no solo de la justicia sino del amor.

Si un Estado débil se ve atenazado por enemigos maquiavélicos deberá aumentar desesperadamente su poder físico pero también sus virtudes morales. La política es una rama de la ética, pero una rama "específicamente diferente". Las virtudes políticas se mueven dentro de un ámbito de realidades. La sociedad temporal requiere de la tolerancia y del reconocimiento del "fait accompli" que permite la retención de ciertas ventajas mal habidas mucho tiempo atrás. En última instancia la ética política puede absorber y aprovechar todos los elementos de verdad contenidos en Maquiavelo, "en la medida en que el poder y el éxito inmediato sean realmente parte de la política, aunque desde luego, una parte subordinada, no principal". [11]

Cierto hipermoralismo (que determina que la ética política es algo impracticable y meramente ideal) es tan contrario a esta misma ética como lo es el maquiavelismo... "La pureza de los medios... no consiste en rehusarse farisaicamente a todo contacto exterior con el lodo de la vida humana, ni tampoco consiste en esperar que llegue un mundo moralmente aséptico para ponerse uno a trabajar en él, ni consiste en esperar convertirse uno en un santo, antes de salvar a un semejante que se ahoga, así como escapar a todo riesgo de caer en falso orgullo al realizar ese acto generoso". [12]

El hipermoralismo es una insensata exaltación ética, irreal, desprendida de las estructuras de los sentimientos raigales que aportan, como las condiciones físicas en la naturaleza, una sabiduría práctica, instintiva, más profunda y valedera que las construcciones artificiales de la razón. La ética política es esencialmente realista no en el sentido de un Real politik, sino en cuanto está consciente de "la plena realidad humana del bien común". [13]

Tanto el maquiavelismo como el hipermoralismo roen, como rosanos, la sustancia ética y socialmente viva de todo éxito y bienestar duraderos de las naciones. Son el empleo del mal y la omisión general, la destrucción de toda verdadera política. No importa que la frecuencia de ambos abusos pueda representar una estadística o una curva de promedios elevados, pero nunca la esencia humanista de la política. Se devoran a sí mismos. Max Lerner ha planteado el dilema. O sucumbimos al maquiavelismo o nos regeneramos. La democracia es el imperio de la ley y el derecho.

Maritain recuerda al efecto que Bergson decía que la democracia en cuanto tiene un motor evangélico actúa contra la corriente del ambiente promedial, por lo que hace falta siempre contar con la inspiración heroica y el sacrificio extraordinario. De nuevo el vitalismo cristiano juega aquí un papel fundamental.


NOTAS

1. Jacques Maitain. ‘Religión y Cultura’, pág. 17

2. Citado por Henri Bars en ‘La Política según Maritain’, págs. 28 y 29

3. Jacques Maitain. ‘La Persona y el Bien Común’, pág. 37

4. ‘La Persona y el Bien Común’, págs. 64 y 65

5. Jacques Maitain. ‘El Alcance de la Razón’, págs. 263 y 264

6. Jacques Maitain. ‘Los Derechos del Hombre y la Ley Natural’’, págs. 81 y 82

7. ‘El Alcance de la Razón’, pág. 264

8. Citado por Maritain en ‘El Alcance de la Razón’, pág. 266

9. Rafael Caldera. ‘Especificidad de la Democracia Cristiana’, pág. 26

10. ‘Especificidad de la Democracia Cristiana’, pág. 61

11. ‘El Alcance de la Razón’, pág. 255

12. ‘El Alcance de la Razón’, pág. 256

13. ‘El Alcance de la Razón’, pág. 258

José Ignacio Rasco

(Abogado y doctor en Filosofía y Letras. Autor de numerosos libros. Fundador y primer presidente del Movimiento Demócrata Cristiano de Cuba)

Fuente


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